«Querido diario hoy te escribo para relatarte como fue mi primera vez que fui a ver este deporte. Mi padre me llevó a ver un partido de su equipo cuando yo era algo más pequeño.
Recuerdo a mi padre advertirme que iba a ver a su equipo pero que cuando yo tuviera uso de razón ya tendría tiempo para elegir de qué equipo ser. En ese sentido, mi padre no era de los que me cogía y, acabante de salir de la cuna, me compraba la equipación de su equipo favorito; esperaba a que algún día le dijese cuál era mi conjunto favorito para comprarme la ropa y llevarme algún día a su estadio.
Volviendo al día del partido, recuerdo que después que aparcamos el coche y de camino al estadio, veía a un montón de gente con la camisa de un mismo equipo, bufandas, gorras, banderas,… Algunos iban cantando canciones raras, otros comentaban cosas sobre el choque o los jugadores. Yo caminaba cogido de la mano y en ese momento, tirándole de ella, le pregunté a mi padre que por qué iban todos con la misma camisa y por qué cantaban canciones tan raras.
Entonces él, empezó a explicarme que todo lo que llevaban era para animar al equipo que iban todos a ver y que esas ‘canciones raras’ que yo llamaba tenían un nombre y se les decía cánticos. Cuando llegamos al estadio me acuerdo que me quedé con la boca abierta y dije ‘¡oh! ¡Qué grande!’ Allí había mucha gente.
Y no sabía con lo que me iba a encontrar ni si iba a disfrutar o no, pero lo cierto es que ya notaba un cosquilleo en la barriga porque tenía ganas de entrar al campo y que empezara el partido. Ya dentro de él seguía con la boca abierta, aquello era enorme, no me salían las palabras. Acompañé a mi padre al asiento y mientras me iba explicando lo que era un gol, una falta, en fin, las normas básicas del fútbol.
Aunque siendo sincero yo no podía quitar mis ojos de todo lo que tenía alrededor. Recuerdo que mi padre me decía que la gente se iba a poner a decir muchas palabrotas, las cuáles yo tenía prohibido repetir. Yo le pregunté que por qué decían eso si eran palabrotas y eso no se podía salir.
Él me contestó que los aficionados utilizaban ese lenguaje más bien como medio de desahogo pero me insistía que eso eran malos hábitos que yo jamás debía aprender. Si tuviera que decir cuál fue el mejor momento yo diría que el del gol. Estaba hablando con mi padre cuando, de repente, saltó a la vez que todos los aficionados gritando gol y sin parar de saltar.
Yo por un momento me quede perplejo mirando alrededor, entonces él me cogió en brazos y pude ver todo el estadio en pie y los jugadores celebrando el gol. Miré a mi padre y los dos gritamos gol y nos fundimos en un fuerte abrazo. Al final del encuentro salimos y pude ver a dos personas, una con la misma equipación que mi padre y la otra llevaba la del equipo contra el que jugaba; a lo que me dijo ‘ves hijo, pase lo que pase dentro del estadio al final todas las aficiones son como amigos.’
Luego mi padre me cogió en brazos y me dijo que si quería sacarme una foto con el que había marcado el gol, a lo que o con una sonrisa de oreja a oreja le dije que sí con toda la ilusión del mundo. Esperamos hasta que los jugadores salieron y, en efecto, mi último gran recuerdo fue que me fui con una foto en los brazos del goleador del partido.»
«Ahora soy yo el que juega al fútbol y que sigue diciendo a su padre de ir al estadio. Siempre que estoy jugando y veo que la gente se pone a insultar o que hay aficiones que se pelean me vienen las palabras que en ‘mi primera vez’ me dijo mi padre y digo ¡Qué pena que esas personas no tuvieron el mismo padre que tuve yo!»
Esto es un ejemplo de la educación de los buenos valores que se les debe dar a los niños desde muy pequeños.